Grace and Peace to you, my brothers and sisters:
In this Sunday’s Gospel, Jesus teaches us about the true essence of discipleship. He tells his disciples, “If anyone wishes to be first, he shall be the last of all and the servant of all” (Mark 9:35). This profound statement challenges us to rethink our understanding of greatness and leadership. In a world and society in which greatness is measured in money, titles, fancy houses, fancy cars, and fancy living, Jesus’ message is counter-cultural. To be great is to be a servant. To be great is to lay down your life in service to others. To be a leader is to journey with others in their lives and not to lord over them with your power. Jesus’ message is clear: true discipleship is not about seeking power or prestige but about humble service and self-giving love.
We can all learn from this. We are all pulled into the world’s values and want to measure life in material things, forgetting our call to union with God. Jesus exemplifies this humble and simple way of living by placing a child in their midst, symbolizing the vulnerability and simplicity we must embrace to follow him fully.
Being a disciple of Christ means committing ourselves to a life of service, compassion, and humility. It requires us to put others’ needs before our own and to seek ways to serve our community, especially the most vulnerable. This commitment is not always easy, but it is the path to true greatness in the Kingdom of God. What makes this commitment difficult are the forces of the “religion of the world” that pull all of us towards a different set of values. Many times, unintentionally, we follow those values more than Christ’s values. We are led to believe that pleasures in the here and now are life’s goal, forgetting that humanity’s true goal is union with God.
As we journey towards God, find concrete ways to be a disciple this week: First, look for opportunities to help those in need, whether through volunteering, supporting charitable causes, or simply being there for a friend or neighbor in distress. Second, in prayer, review your talents, recognizing that those gifts are meant to benefit others, not for our glory and worldly success. Finally, let us all work on building a community of disciples within our Catholic community, creating a group of people who live Jesus’ values, not the world’s. This community can become the yeast that our society needs to bring about true happiness in the Lord.
Blessings,
Juan M Camacho
Gracia y paz a vosotros, hermanos y hermanas:
En el Evangelio de este domingo, Jesús nos enseña cuál es la verdadera esencia del discipulado. Les dice a sus discípulos: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Marcos 9:35). Esta profunda declaración nos desafía a repensar nuestra comprensión de la grandeza y el liderazgo. En un mundo y una sociedad en los que la grandeza se mide en dinero, títulos, casas elegantes, coches elegantes y una vida lujosa, el mensaje de Jesús es contracultural. Ser grande es ser un servidor. Ser grande es dar la vida al servicio de los demás. Ser un líder es caminar con los demás en sus vidas y no dominarlos con nuestro poder. El mensaje de Jesús es claro: el verdadero discipulado no se trata de buscar poder o prestigio, sino de servicio humilde y amor abnegado. Todos podemos aprender de esto. Todos nos dejamos llevar por los valores del mundo y queremos medir la vida en cosas materiales, olvidando nuestro llamado a la unión con Dios. Jesús ejemplifica esta forma humilde y sencilla de vivir al poner a un niño en medio de ellos, simbolizando la vulnerabilidad y la sencillez que debemos abrazar para seguirlo plenamente.
Ser discípulo de Cristo significa comprometernos a una vida de servicio, compasión y humildad. Requiere que pongamos las necesidades de los demás antes que las nuestras y busquemos formas de servir a nuestra comunidad, especialmente a los más vulnerables. Este compromiso no siempre es fácil, pero es el camino hacia la verdadera grandeza en el Reino de Dios. Lo que dificulta este compromiso son las fuerzas de la “religión del mundo” que nos empujan a todos hacia un conjunto diferente de valores. Muchas veces, sin querer, seguimos esos valores más que los valores de Cristo. Se nos hace creer que los placeres del aquí y ahora son la meta de la vida, olvidando que el verdadero objetivo de la humanidad es la unión con Dios. Mientras caminamos hacia Dios, busquemos formas concretas de ser discípulos esta semana: primero, busquemos oportunidades para ayudar a los necesitados, ya sea a través del voluntariado, apoyando causas benéficas o simplemente estando ahí para un amigo o vecino en apuros. En segundo lugar, en la oración, revisemos nuestros talentos, reconociendo que esos dones están destinados a beneficiar a los demás, no a nuestra gloria y éxito mundano. Por último, trabajemos todos en construir una comunidad de discípulos dentro de nuestra comunidad católica, creando un grupo de personas que vivan los valores de Jesús, no los del mundo. Esta comunidad puede convertirse en la levadura que nuestra sociedad necesita para generar la verdadera felicidad en el Señor.
Bendiciones,
Juan M Camacho